lunes, 31 de diciembre de 2012

J & J II


J & J

II


Algunas lectoras amigas, algún lector querido, me han dicho que les ha parecido que los personajes del relato son estereotipados. Es que quiero que sean estereotipados. Le contesté a una amiga que me gustan los hombres estereotipados y ser yo una mujer estereotipada.

Es que de hecho lo era en mi niñez. Me parezco a Candy y más a Diana. Era tímido o digamos tímida, incapaz de defenderme del ataque de un varón, me gustaba quedarme en casa, dibujar y leer novelas y novelas. No me hubiera gustado la cocina, demasiado fuego, demasiado hervor, pero sí hacer punto de cruz, si se me hubiera permitido. Lloraba con facilidad.

Tengo derecho a ser así. Y a que me gusten los hombres muy masculinos, muy seguros, temibles (pero no para mí, que me protejan, sino para los otros)

Durante años me consideraron mariquita; ¿y ahora, que soy mujer, voy a ser demasiado femenina? ¿No es la lógica de todo eso que tendría que masculinizarme?

Las personas transexuales solemos romper esquemas. Para las trans femeninas, poder ser muy femeninas no es opresor, sino liberador.

Ahora vuelvo a la familia de Joe Newborn y su mujer Janice Perez Newborn.

Han tenido cuatro hijos:

Ei, el mayor, que ahora se llama Aaron, porque le gusta ser “Doble A”, o “Macho Doble Alfa”. Duro y seguro. Estimulado precozmente en Matemáticas, ahora estudia, todavía adolescente, Astrofísica, con un coeficiente de genio.

Bi, que ahora es Bert, porque le divierte llamarse como Simpson. Modesto, bien humorado, también fue estimulado precozmente y ahora estudia Física Subatómica, con un coeficiente un punto superior al de Aaron, que a éste le fastidia mucho. A Bert le da igual.

Si, ahora Candy. Estimulada en piano, ahora lo toca magistralmente, tiroteándolo, como ella dice y otras veces con momentos lentos, de intensa pasión, crudos y nostálgicos como un amanecer a solas. Es vivaracha y presumida. Supercoqueta y superarreglada.

Di, ahora Diana, como la Princesa de Gales, nombre que eligió porque le encanta imaginarse Princesa, vagando por los salones de un castillo antiguo. Es tímida, sentimental y romántica. El mar es para ella el símbolo de lo que más ama. Estimulada en arpa, la toca soñando en que ve por la ventana un amplio horizonte verdoso.

Ahora voy a explicar las técnicas que se han usado en su educación y desarrollo corporal.

Ei y Bi, desde siempre, demostraron con su carácter revoltoso que eran chicos. Se negaron, casi siempre, a ponerse ropa de chicas y llevaron siempre camisetas grises o azul marino y pantalones, todo arrugado. Entonces, con ellos, fue fácil. Todo consistió, para Joe y Janice, en ir a las autoridades escolares para pedir que fueran llamados en clase por sus nombres de varón.

Observaron que, entre los otros chicos, todo parecía normal. Aaron era tan dominante, que era el capitán del equipo de fútbol americano (rugby), y fue elegido representante de su clase, mientras estuvo en la escuela normal. Ponía en la pizarra, con gesto decidido, contraseñas para lo que había que hacer, en su opinión, no exentas de palabrotas que borraba en cuanto un profesor entraba.

Su sueño secreto, a partir de un remake de Tarzán que vio, era rescatar a Jane de una persecución y llevársela abrazada a él, apretada por la cintura y agarrando él con el otro brazo a las lianas.

Las chicas reales cuchicheaban sobre él, sabiendo cómo era, pero muchas no podían evitar mirarlo embelesadas, cuando él escribía en la pizarra, y él lo notaba y se ponía más jactancioso todavía.

La única diferencia con el resto de los chicos era que tenía asignado el cuarto de aseo de dirección como aseo propio y vestuario.

Con doce años, empezó el tratamiento de detención de la pubertad, a la vez que el de estímulo del crecimiento [si alguien sabe que alguna de las cosas que se me ocurren no son posibles, que me lo diga, y rectificaré] y entrenaba duro en el gimnasio. Él comparaba espontáneamente su torso con el de los muchachos, no con las chicas; y no veía diferencias. Con trece años, empezó a superar a los profesores de Matemáticas en clase, y a pedirles, riendo, que complicasen los problemas, con gran enfado de sus compañeros y ningún resultado. Eso motivó que al año siguiente pasara a la Universidad.

Ese año, su “psicóloga de guardia”, convino en que no había posibilidad de que Aaron desarrollara una personalidad femenina. Aconsejó un tratamiento gradual y suave con testosterona, de manera que él pudiera cambiar la voz y desarrollar vello facial, al par de sus compañeros, y así se hizo. Los trans saben que la testosterona produce aumento de la libido y agresividad (para las teorías que dicen que el sexo es cultural) : a Aaron era lo que le faltaba para ser un Macho Doble Alfa.

Dos cursos por debajo, el proceso de Bert fue paralelo, aunque más tranquilo. No jugaba al fútbol americano, pero sí al béisbol, sin destacar particularmente. Lo suyo eran los amigos (amigos), y era cordial y simpático. Con unas risas lo resolvía todo y daba los puntos de vista evidentes.

Se alejaba de la compañía de las chicas, que le aburrían. Hizo una gran amistad con un compañero, aficionado a la Química, como él. Se cambiaban libros y se pasaban direcciones de artículos en la red. Llegó a entrar en foros de químicos, que comentaban sobre posibles líneas de investigación. Estaban convencidos de que él era un colega de gran talento.

Se benefició en gran medida de los precedentes y el halo de admiración y asombro dejado por Aaron. Los dos “Trans Brothers” eran mirados como una especie de prodigio de la naturaleza. Le pedían que emulase o superase a Aaron con demostraciones con el cubo de Rubik, y él lo hizo, resolviéndolo con la mano izquierda y sin mirar mientras con la derecha hacía un problema que requería una página de cálculos llenos de signos raros que escribía a toda velocidad. No tenía demasiado mérito, pues había muchos compañeros que años antes habían hecho el cubo a ciegas (aunque ya no se acordaban de cómo), pero impresionaba.

Con trece años, Bert se enamoró en silencio de una compañera. A fondo. Y con catorce, ya pasó a la Universidad, a hacer Física Subatómica, pensando en hacer lo complementario de Aaron y en poder debatir entre ambos, por si llegaban a la Teoría Unificada. Y también empezó a cambiar la voz y a formar granitos y pelo en la barba, con ayuda de la testosterona, como dos años antes Aaron. No tuvo tanto problema de agresividad como él; bien es verdad que todo lo resolvía riendo.

Espaciados por otros dos años más (sus padres fueron muy metódicos con la madre vicaria), los problemas de Si fueron distintos.

Se dio cuenta de que quería ser una niña con nueve años. Lo primero fue más sencillo: ya con ocho había dicho, después de una fimosis, que su genital le parecía muy feo; `pero cuando con nueve expresó un deseo en términos positivos (un “yo quiero”), ya tenía que pensarse algo. Por otra parte, Aaron ya tenía en ese momento trece años, Bert, once, eran chicos a todos los efectos, y jamás había jugado con ellos a cosas de chicos, sino que había sido tímida y casera.

Le había encantado la cocina, y hacía minipizzas con desenvoltura. En la escuela, se sentía seguro en la clase optativa de cocina. Se movía entre las chicas con seguridad, e incluso las lideraba. En cambio rehuía a los chicos, de los que pasó a enamorarse en secreto, pero de uno cada año.

Con diez años, sus padres decidieron entonces pasar a la técnica del vestido de chica y escolarización experimental. El primer día de llevar vestido, se lo puso con toda naturalidad y como si lo hubiera llevado toda la vida. Tenía el pelo negro un poco largo, y su madre pensó que tendría que llevarla al día siguiente a la peluquería a que le hicieran un corte más femenino. Pero a los diez minutos de vestirse, ya estaba Si leyendo muy concentrada y pintando con lápices de colores el esquema de una lección. “¿Cómo quieres que te llamemos”, dijo su madre. “Candy, respondió ella sin mirar, como si no hubiera prestado casi atención; había elegido el nombre de la amiga que más había querido su madre.

Aunque fue vivir como niña y se acabó la timidez. Desde entonces fue lo de tocar el piano tiroteándolo.

Más feliz que unas pascuas. Alegre y segura.

Di, de ocho años, había estado mirando con atención todo aquello, con los ojos muy abiertos. “Yo también quiero ser una niña”, dijo. Sus padres, con naturalidad, le dijeron: “Bueno, ahora le toca a Candy y después te tocará a ti”.

En realidad, temían que fuera un efecto de imitación por lo que hacía su hermana, y querían asegurarse de que no. Al día siguiente, Candy fue con ese nombre, y vestida en consecuencia, a la escuela, y los padres descubrieron que la historia iba a ser distinta que con sus hermanos.

Los chicos habían estado llamándole “sissy”, en vez de Si, pero cuando la Maestra les explicó con parsimonia lo que iba a pasar, simplemente se callaron y la ignoraron desde aquel minuto (como a las otras chicas, en el fondo) Era como si antes hubiese jugado en su equipo, y mereciese por tanto todas las censuras, y desde ahora, se la pudiese ignorar, porque jugase en otro equipo… de categoría inferior.

Las chicas fueron acogedoras. La miraron expectantes al llegar, calibraron su aspecto, y sus vecinas le hicieron sitio afectuosamente para que se sentase, y se dirigieron a ella dándoles recaditos al oído: “¡Bienvenida!”.

Pero hubo un sector, aleccionadas por sus padres, sin duda, que torcieron el gesto y comentaron entre sí que era una friki y que no era una chica. Éstas procuraron hacerle llegar su opinión sin palabras, con sus gestos, o llegaron a las palabras una vez que coincidió con ellas y solo con ellas en los aseos.

Pero Candy era fuerte y lo superó. En poco tiempo, de hecho, era una chica más, y le encantaba ir por los pasillos con un par de libros frente al pecho, como sus amigas, y sumergirse con ellas en cotilleos interminables.

Con doce años empezó el proceso de detención de la pubertad, que no planteaba problemas, por ser reversible. Pero debía durar solo unos dos años. Al final del primer año, sus amigas empezaron a desarrollarse y eso la inquietó. De todos modos, según se acercaban los catorce, se planteaba un problema mayor: ¿se seguía la detención, que la había dejado en un estado neutro, pero aceptable para ser niña, o se pasaba a la hormonación con antiandrógenos y estrógenos? ¿Había la seguridad de que su decisión sería irreversible? A Joe y Janice les constaba que en algunos casos, la persona transexual habia dicho “muchas gracias, pero me vuelvo atrás”. La hormonación, durante algún tiempo es reversible, pero luego crea mamas, que en ese caso deberían ser operadas, pero sobre todo, haría a Si estéril… y por haber tenido la detención, no habría madurado nunca, por lo que no se podrían guardar sus gametos…

La solución final sería seguir un año más con la detención… pero entonces habló Candy. Ya no podría disimular más su falta de pecho. Y no quería, a sus catorce años, llevar un sujetador protésico. Sería preciso arriesgarse, sabiendo que podía haber una operación de rectificación… y que se podría asumir la esterilidad, si decidiera vivir como varón… Se decidió pasar a la fase de hormonación, considerándola además como el test definitivo… Si seguía contenta con ella, si no deseaba otra cosa, es que se estaba acertando.

Hacía ya seis años en que Di, ya Diana, vestía como niña en clase, desde los ocho, cuando había mantenido su deseo inicial, observando los cambios de su hermana, y pidiéndole vehementemente, insistente, a su madre que le dejara hacer lo mismo. Janice encontró como solución que vistiera como niña en casa y que fuera a clase con una ropa completamente unisex. Pero era tan femenina, que esta vez fue su tutora la que se lo dijo a Janice, insistiéndole en que los chicos de su curso, dos cursos más jóvenes que los de Candy, se metían con ella preguntándole que cuándo le tocaba, y que eso la hacía llorar, casi a diario.

Tenía ya amigas que la protegían y arropaban, y de ellas nació la idea del nombre de Diana. Esa conversación convenció a Janice, y al día siguiente, Diana ya fue a clase, vestida inequívocamente con falda, radiante, sus amigas aplaudieron, y los chicos la miraron como sin prestar atención y comenzaron a ignorarla, según lo previsto.

Diana fue por tanto la más joven de todos en iniciar la experiencia del vestido en clase, con ocho años. Era muy femenina, desde luego. En clase, muy obediente, cumplidora y callada, y amiga de niñas como ella. Lloraba incluso si había fallado en algo. Deseaba verse siempre reconocida como cumplidora. Aunque a menudo se distraía y su mente volaba.

Destacaba en Geografía, porque le encantaban las ilustraciones del mundo y ver mapas que le hacían soñar en consecuencia, y en Español, por lo mismo; las Matemáticas no las entendía y las Ciencias le parecían desagradables, todo aparatos muy feos; la Historia era aburrida, venga a hablar de sociedades. Sus notas eran muy desiguales.

Al llegar a casa en cambio, se transformaba con el arpa; sus notas volaban, como su imaginación; no le importaba que Candy tocara el piano, siempre con iniciativa y decisión; ella la acompañaba, la envolvía, gozaba entregándose a los temas que su hermana le proponía, Candy quería tocar algo, ella se contentaba con seguirla, sorprendiéndose en cada paisaje que descubría.

Aquellos dos años en que las hermanas estuvieron juntas en la escuela, aunque en distintas clases, fueron felices para ellas. Que su madre las llevase a clase y luego las recogiese. Ir juntas, dándose seguridad una a otra. 

Desarrollaron una solidaridad propia de niñas, y hablaron sin parar al ir o volver de clase, e incluso en su cuarto, hablando de noche y en voz muy baja. Se sintieron iguales, y unidas en su igualdad.

En casa, ayudaron a su madre en todo lo que podían. Aunque existía el principio de que cada cual se ocupase de sus cosas, más de una vez se encontraron en vacaciones haciendo los cuartos deshechos de Aaron y Bert, que pese a sus estudios universitarios tendían a olvidarse de que serían Candy y Diana quienes los harían.

Mientras que Candy se enamoraba cada dos por tres de sus compañeros (prefería a lo fuertes) Diana tardó mucho más en enamorarse. Lo hizo con diecinueve años, ya operada. Y fue de un hombre mayor, de treinta años, alto, duro, seco, dominante… y que nadie sabía que era transexual.

domingo, 30 de diciembre de 2012

J & J I






(Las personas transexuales podemos soñar con la tecnología. Así entramos con esperanza en un futuro realizable, que es el centro de la condición humana.

Este texto configura un espacio de fantasía en el que los nombres de personas e instituciones son imaginarios, aunque se refieren a posibilidades ya existentes, como si se hubieran desarrollado ya en un inminente futuro)





Joe Newborn es un poderoso ganadero del Medio Oeste y Janice es su esposa. Ambos son transexuales y empezaron su transición a los 15 años.

Por esto, Joe es alto, 1’80, y le lleva la cabeza a Janice, que no mide más de 1’65. Se conocieron en la Clínica de Atención a Menores Variantes de Género, y entonces tenían la misma estatura.

Joe siguió un tratamiento simultáneo de crecimiento y a Janice se le inhibió de manera natural con los estrógenos del período de prueba (reversible, que duró hasta los 16 años)

Joe es de origen anglosajón, de Nueva Inglaterra; Janice es de Nuevo México; adoptó el antiguo nombre de Joe, “para que no se pierda”, con su beneplácito, y se llama de apellido Pérez; lo sigue usando como segundo nombre.

Joe es grande, corpulento y fuerte; usa en todo momento un arnés genital,  “para saber lo que le queda por conseguir”; es duro y seguro, muy entendido en tecnologías contemporáneas. Es ingeniero de profesión.

Muy abstracto y matemático; sabe razonar y hace de la lógica su principal religión, literalmente. Confía en que el Cosmos es lógico, y que todo tiene un sentido y forma una Unidad. Enuncia sus conclusiones en términos lógicos y tranquilos, porque suelen ser irrefutables. Sin embargo, está más que dispuesto a reconocer un error lógico, cuando se le demuestra.

Janice es muy emotiva y siente una gran dependencia de su marido, a cuyo lado se siente estable y segura. Es delgada, de estatura media, cabello oscuro y ondulado, facciones muy suaves y en su conjunto ovaladas, una belleza muy española. Cuando un año después de conocerse se pusieron novios, él le dijo que soñaba con una esposa en su hogar, y ella se sentía infinitamente atraída por la vida en la casa, por lo que dejó sus estudios al terminar Secundaria. “Mi carrera vas a ser tú y nuestra casa”, le dijo a Joe.

 Le complace ser una nulidad en tecnología. “Eso se lo dejo a él”; sin embargo, su prioridad son sus sentimientos. “Me gusta sentir que siento”.

Está operada desde los diecisiete años y se siente feliz solo porque su cuerpo sea ahora “suave y delicado, como mi alma”.

Dice que “no le cuesta trabajo hacer lo que quiere su marido”, aunque hablando con él; a menudo, encuentra en sus emociones los argumentos que por sí solos, obligan a su marido a rectificar sus posiciones. Él dice que “Janice trae intuiciones y yo razono a partir de ellas; ella no  discute, solo expone lo que ve, y precisamente por eso yo puedo rectificar con toda seguridad y toda paz, porque ella es solo como un río que sigue la ley de la gravedad”.

Ella sigue de manera consciente el estilo de los años cincuenta; permanece en su casa, oye música y canciones románticas (actuales) y cuida del nido de la familia.

Cuando iniciaron su transición, guardaron sus gametos, lo que cuando se casaron les permitió contar con la ayuda del Centro de Reproducción Asistida y de una madre vicaria (que después fue amiga de la familia) para que llegaran, uno tras otro, sus cuatro hijos, dos XX y dos XY, mayores y menores, por ese orden.

Según fueron llegando, Janice les fue amamantando, apoyada por la Fundación para la Lactancia Transexual. Para ella fue la experiencia que necesitaba para sentirse unida a sus hijos, como una madre, aunque su estructura XY, al margen de su voluntad, como si fuera ajena, hubiera fecundado estructuras XX que eran profundamente ajenas a Joe.

Éste propuso llamarlos con nombres ambiguos, que les permitieran en el futuro afirmar su individualidad y su identidad, al ser sustituidos por otros. Así los llamaron Ei, Bi, Si y Di. En inglés los nombres son a menudo monosilábicos, por lo que resulta fácil adaptarse a ellos.

De mutuo acuerdo, no les hablaron nunca a sus hijos de que ellos eran transexuales. Sin embargo, de manera espontánea, los cuatro, según fueron creciendo, manifestaron su propia variación de género y luego su transexualidad.

En cuanto la expresaron verbalmente mediante un “yo quiero”, entre los tres y los nueve años, Joe y Janice siguieron la técnica de la variación de género experimental, vistiéndolos conforme con el género deseado y esperando a ver si el “yo quiero” subsistía.

Por razones de ideario profundo, compartido, los chicos t-XX siguieron desde aquel momento un programa de estimulación precoz matemática; los resultados fueron tan asombrosos como verlos resolver cubos de Rubik a ciegas desde los siete años.

Las chicas t-XY siguieron por su parte un programa japonés de estimulación precoz  musical, que les hizo capaces de tocar con maestría el piano y el arpa, respectivamente. Janice estaba convencida de que así expresaban más profundamente su sentimentalidad.

En los cuatro la identidad elegida subsistió con entusiasmo y alegría. Los t-XX eran muy masculinos en todo, jugaban a subirse a los árboles, se peleaban, jugaban al béisbol y se interesaban por él con pasión, y las t-XY eran muy femeninas, tímidas y caseras como su madre. Joe, conforme a los modelos de los cincuenta, se llevaba a los t-XX a pescar o se entrenaba al béisbol con ellos. Antes de definirse la identidad de las t-XY, ya ellas mismas se apegaban a su madre, se escondían tras sus faldas y querían ayudarla en la cocina; también pintaban, amaban los colores y leían  incansablemente novelas.

En tales momentos, ya los nombres-iniciales primitivos fueron sustituídos por otros que ellos mismos eligieron: Aaron, Bert, Candy y Diana, puesto que todos decidieron seguir o ampliar sus iniciales. Aaron explicó que quería llamarse con una doble A, Bert, con sentido del humor, como el héroe de los Simpson, para no volar demasiado alto, Candy, por una amiga muy querida de su madre, y Diana, por la Princesa Diana. Todos ellos añadieron como segundo nombre el Pérez de su madre.

A la vez, como experiencia, sus padres observaban la absoluta informatización y tecnologización de los chicos t-XX, la agilidad con la que usaban cualquier recurso y sus deseos de que Santa Claus les trajese nuevos aparatos, y especialmente juegos de acción, de competición y de guerra. Las chicas en cambio no se  interesaban en absoluto por la tecnología y se limitaban a aprender a usar los ordenadores.

A medida que llegaba la edad de la escolaridad para cada uno, Joe y Janice hablaron con la dirección de la escuela correspondiente, y desde el primer minuto, consiguieron que sus hijos fueran a clase, según el género deseado, aunque explicando a las clases su situación, lo que evitó cualquier clase de acoso, según estaba previsto. Los otros alumnos simplemente crecieron sabiendo que en su clase había una persona transgénero, lo mismo que en la vida real.

Cuando fueron llegando a los doce y trece años, empezaron un tratamento médico de detención de la pubertad (y los chicos, de estimulación del crecimiento, como su padre) A la vez, entraron en un programa de preparación en su día para el empleo de células madre, que se esperaba que les permitirían desarrollar los genitales masculinos de los t-XX y los femeninos internos de las t-XY, sobre el principio de que ambos están en estado embrionario en ambos sexos.

Ya para entonces, el desarrollo intelectual de los chicos había sobrepasado con mucho el nivel de la escuela, por lo que ambos consiguieron sendas becas universitarias que les permitieron seguir cursos de Astrofísica y de Física Subatómica, respectivamente, desde los catorce años.

Sus conversaciones en casa giraban en torno a una pizarra electrónica, donde escribían fórmulas y fórmulas inaccesibles para su padre, pese a sus estudios de ingeniería, o se traducían en la creación de juegos con los que se entretenían durante media hora, y después borraban, con absoluto desprecio por su valor económico. “Si estuviéramos pendientes de venderlos, ni yo podría dedicarme a mi ganadería, que es lo que me da la vida, y ellos perderían muchas horas de estudio, que sienten como fundamental, solo para que pudiesen tener más juegos para entontecerse otros millones de muchachos”.

Las chicas, por su parte, bajo la influencia de sus compañeras de escuela, estaban absorbidas por el maquillaje, las relaciones siempre platónicas con los chicos, siempre a distancia, lo que les causaba no pocas lágrimas, de las que las consolaba su madre, y el aprendizaje junto a ésta de las funciones de ama de casa. Quiero explicar también por qué aprendían todas las labores de la mujer consideradas generalmente obsoletas: bordar a punto de cruz, hacer punto (devanaban las madejas y hacían los ovillos encantadas), crochet, patchwork…, a la vez que se les dejaban las puertas abiertas para las salidas profesionales.

Pero por otra parte, en la casa se hablaba de sexualidad con la misma naturalidad con que se diría que hoy hace sol y hoy llueve. Los padres sabían que la sexualidad es la base de la identidad y que no podía por eso ser callada.

Lo mismo se hablaba de las numerosas parejas que encontraban los chicos y de las particularidades o dificultades de sus relaciones, que de la complicada formación de pareja por parte de las chicas, que era lo que provocaba sus frecuentes lágrimas. Pero suavemente, iba emergiendo su belleza como revelación de su vida, y su gentileza y ternura como su manera propia de unirse con quien supiese quererlas.

El resultado general, después de las peleas de la niñez, era una actitud transigente y protectora por parte de sus hermanos, que preparaba a unos y otras para sus futuros matrimonios. Los cuatro no han sido excepcionales en la época escolar, pues siempre ha habido algún otro u otra trans, que les ha acompañado. En cuanto a si serán homos o heteros, está por ver.